jueves, 3 de enero de 2008

El Bolsón


Metido en medio de las montañas está este pueblito fundado en la década de los 70, oficialmente como una zona no nuclear, donde los hippies, artesanos y ecologistas han encontrado un paraíso y la industrialización es aún una utopía.

Me alojé en casa de Federico, de couchsurfing. Llamé desde el pueblo y me contestó Sally, la mamá de Federico. Me preguntó mi nombre y no parecía muy segura de estarme esperando, pero me dio las indicaciones de cómo llegar. Luego entendí porqué.

Federico, su mamá y su hija de 13 años tienen una casa de madera en medio del cerro Piltriquitrón que más parece un albergue. Reciben a todo el que quiera llegar. En orden de llegada los mochileros ocupamos las camas o carpas que se arman en el terreno que es muy grande. El uso de la cocina es libre al igual que el baño... y uno se siente como en su propia casa!

Encontré allá a dos chicos argentinos, de Entrerrios, una chica alemana y un chico belga. Llegué justo antes de la hora de la cena y compartieron conmigo su comida. Luego llegó Federico del trabajo y estuvimos conversando un rato. Es todo un personaje, padre soltero de Micaela de 13 años, que sueña con el día en que su hija se independice para el tomar una mochila e irse de viaje por el mundo.
Mientras tanto, los viajeros que llegan a su casa permanentemente, le traen el mundo hasta su puerta.

Esa noche salimos juntos todos los hospedados, fuimos a el Bolsón a charlar un rato. Hablamos del sistema de intercambio de alojamiento. De como te cambia la vida, no solo porque te permite viajar muchísimo, sino porque cambia tu actitud hacia las personas. Te vuelve más noble, más confiado, más generoso y sobretodo más solidario.

Nos despedimos... los argentinos se iban a acampar al lago, Julia, la alemana, seguía al sur, hacia Calafate y el belga hacia el norte de Argentina.
Nos dijimos adiós con la promesa de venos de nuevo en Europa. Julia y yo vamos a hacer dedo hasta Gena, donde vive Pieter, el belga para el festival de verano.

El sábado era día de feria artesanal. Todos los artistas y artesanos del Bolsón, así como algunos provenientes de otros lugares de Argentina y de el mundo se reúnen en una feria preciosa. Lastimosamente mis limitaciones de plata, espacio y ganas de cargar con más peso me impidieron antojarme de todo.

Jonathan, el suizo y Vero vinieron el sábado a la feria, así que nos encontramos en la feria, fuimos a pasar la tarde al río azul y luego regresamos a Bariloche.

Como se acortaba el tiempo de mi viaje no podía seguir hacia el sur como hubiera querido. Las distancias patagónicas son inmensas y los viajes por tierra eternos, además de costosos. Así que empecé a pensar en dirección norte.

Por azar del destino, Jonathan me habló de una isla al sur de Chile, llamada Chiloé, dónde los nativos cuando se va a mudar lo hacen, no de casa, sino con casa. Es decir, se juntan todos los vecinos y juntos mueven la antigua casa hasta el sitio del nuevo domicilio. Luego hacen una fiesta para celebrar... Quise conocer ese exótico lugar y así fui a dar a Chile!

San Carlos de Bariloche


En el bus a Bariloche conocí a Jonathan, un suizo muy suizo, que vive en Buenos Aires, baila tango, hace ejercicios de respiración, tiene una novia italiana y es... muy suizo.

Me iba a alojar en casa de Vero, una amiga de mi mamá de La Liga de La Leche y cando la llamé a avisarle que había llegado, pues nos cruzamos y no nos encontramos en la terminal, le pregunté por un hostal para Jonathan y ella le ofreció quedarse en su casa también.

Vero había viajado antes alojándose en casas de familia, así que quiso ofrecernos la suya. Fue muy lindo, porque además de trabajar como voluntaria de LLL, Vero es ingeniera nuclear y trabaja en su profesión (exacto....wow!), es mamá, (tiene dos hijos que estaban de vacaciones en Buenos Aires, así que no los alcancé a conocer excepto en fotos), esposa, habla no sé ya cuantos idiomas... en fin, cuando o sea grande quiero ser como Vero!

Conocí Bariloche sus alrededores, incluyendo Villa La Angostura, San Martín y Junín de los Andes y el circuito de los 7 lagos, subí hasta la cima del cerro Otto, metí los pies (porque es helado) en el lago Nahuel Huapi... fueron 5 días de éxtasis total, disfrutando los paisajes patagónicos con los que tanto soñé al comienzo del viaje.

Bariloche es una ciudad muy turística y sobretodo costosa, aunque es lindísimo y vale la pena. San Martín es menos concurrida y su ambiente tiene un sabor mas artístico y bohemio que Bariloche.

Una mezcla perfecta de colores y luces en pleno verano hicieron de esta estadía la oportunidad perfecta para tomar fotos y recorrer paisajes.

Estuvimos con Vero en el río azul y al regreso nos vinimos cantando durante las 2 horas de viaje, pues descubrimos que tenemos un gusto musical muy similar.

En casa de Vero al final, como siempre, me quede mas días de los que planee en un principio, pero menos de los que hubiera querido!