martes, 13 de noviembre de 2007

Santa Cruz de la Sierra


Llegar a Santa Cruz fué un cambio de planes. En realidad fué falta de planes. Miré un mapá, decidí el orden en que iba a hacer Bolivia y no conté con que no siempre hay carreteras disponibles en los sitios a donde planeo ir.

Así que en Santa Cruz, cerca a la frontera con Paraguay y Brasil, quedé aislada del resto de Bolivia, es decir a muchas horas de camino de cualquier ciudad.

Santa Cruz es la región más productiva de Bolivia y se precia de no parecerse al resto del país en nada.
La gente es diferente, con un temperamento más brasilero que boliviano, un clima caliente y tropical y un paisaje muy verde.

Laa ciudad en sí no tenía mucho para ver. Como siempre recorrí las calles, plaza, iglesia, fuí al parque el Arenal que tiene un pequeño lago y me pasé la tarde leyendo allá, hasta que terminé el libro que tenía.

Entre en un internet para revisar el correo y a la salida conocí a Alex, un chico de Santa Cruz que tiene acento argentino porque vivió en Buenos Aires. Me ayudó con la lectura de mi mapa, me llevó al hotel y luego fuimos a comer y a un boliche (bar) esa noche y la noche siguiente a cantar en un karaoke(como se imaginan yo estaba feliz!).

Traté luego de salir de Santa Cruz, pero no me lo permitió el paro de transporte, ocasionado por la reducción en el suministro de combustible que el gobierno hizo a la región, así que me tocó quedarme hasta el día siguiente.
Al otro día fuí a un sitio de compra y venta de libros usados, para cambiar el libro que ya había terminado. En la librería, como no es un sistema de intercambio, sino de compraventa, no querían cambiarmelo si no daba adicionalmente 10 Bolivianos (1,5 dólares). Obviamente no quería hacer eso, así que discutí con el dueño un rato. Finalmente aceptó y cuando me iba trató de ayudarme con el morral, pero evidentemente no estaba preparado mentalmente para encontrar semejante peso, asi que al primer intento no lo pudo alzar. Me preguntó si yo siempre cargaba ese peso sola, le dije que sí y como le parecí "muy fuerte" quizo pulsar conmigo. Dijo que si le ganaba podía escojer otro libro de 10 Bolivianos. Así que apostamos y le gané!

Escogí mi segundo libro y luego me invitó a almorzar! Intercambiamos direcciones y me fuí para la terminal. Allá me compré un pasaje para la región de la Chiquitanía y mientras esperaba el bus entré aun internet a hablar con mis papás. Confiadamente revisaba el reloj del computador y faltando 15 minutos para la salida de mi bus, pagué y salí del internet. Cual no sería mi sorpresa cuando ví que la hora no correspondía con la de mi reloj de pulsera. El reloj del computador estaba atrasado y el bus me dejó. De nuevo quedé atrapada en lo que luego bauticé la maldición de Santa Cruz. Solo tenía ganas de sentarme a llorar en el terminal, pero como eso no resolvía mayor cosa, pues busqué otro hotel y me fuí a dormir.

Al siguiente dia salí temprano, descarté la idea de ir a la Chiquitanía (ya tendría oportunidad de ver ruinas jesuíticas en Paraguay y ahora solo quería salir de Santa Cruz). En el "trufy" (una camioneta de 8 puestos estilo automóvil), conocí a Stefan, de Dinamarca, que está trabajando en orientación social en La Paz y aprovechó sus días libres para relajarse en Samaipata. Fuimos a buscar un alojamiento y nos quedamos en el hostal Andoriña, un sitio precioso, con camas muy cómodas y zonas sociales comunes con televisor, hamacas y DVD.

En la próxima historia les cuento de Smaipata!

La ciudad de La Paz y el valle de la Luna


La primera impresión de la Paz, cuando llegué, no fue muy positiva. El centro es caótico, sucio y contaminado.

Fuimos al "Mercado de Hechicería", una callejuela estrecha y larga, donde se aglomeran vendedores de objetos rituales en cuyas mesas se mezclan santos y vírgenes católicas con pociones mágicas y fetos de llamas (que son inducidas a abortar en procesos rituales para obtener sus fetos para hechicería), gatos disecados, tigrillos, ídolos indígenas de barro con penes inmensos para la fertilidad, organizados rigurosamente sobre el lomo de una biblia y rodeados de hierbas y semillas. Nada más parecido a la canción Cambalache de Enrique Santos Discepolo!

En medio de estos puestos hay sinnúmero de almacenes de Luthiers, fabricantes de instrumentos musicales y Eben quería comprar una mandolina boliviana, así que nos recorrimos todos los almacenes. Los de instrumentos por él y los de brujas por mí. La verdad es que me producen una curiosidad impresionante todos esos objetos rituales de culturas tan diferentes, mezclados en una sola mesa.

Al día siguiente me encontré con Ivana, una amiga de Naty (mi amiga del alma) de la maestría. Ella y su novio Vladimir y una pareja de amigos de ellos nos llevaron al valle de la Luna, cuyo nombre le fue dado por Neil Armstrong en persona, pues decía que este lugar de verdad parecía la superficie lunar (si es que él la conoció; para los que duden de su llegada a la luna, hay una discusión en facebook al respecto). Yo asumiré que es verdad y que el lugar en que estuve es lo más cercano a la superficie lunar en la tierra.

Había formaciones rocosas con nombres que requerían de mucha imaginación para ser identificados (juzguen ustedes las fotos) y un lugar sagrado llamado el valle del silencio. Nos paramos a unos 10 pasos del lugar marcado como tal, pero no percibimos nada especial. Fue allí donde Vladi hizo su acotación filosófica:

"Mejor bajemos hasta el letrero, yo creo que allá se puede escuchar mejor el silencio"
Vladimir Escobar.

Fuimos también al sur de La Paz y es precioso. Cambió totalmente mi idea de la ciudad. Casas grandes, con vistas impresionantes denotan el buen gusto de la clase alta paceña... al tiempo que la desigualdad social reinante, como en toda ciudad grande de suramérica.

Finalmente fuimos a un mirador desde donde se veía toda la ciudad, nos tomamos una botella de vino blanco todos juntos allí ante la imponente vista y luego regresamos al hotel para despedirnos y agradecerles la increíble compañía!

Desde la Paz visitamos también un pueblo llamado Coroico que es una especie de Spa tropical. Nos fuimos por una carretera llamada "la carretera de la muerte" y estadísticamente es considerada la más peligrosa del mundo.

Ya no se usa por el tranporte público, sólo por ciclistas, pero como nos sentamos al frente en el bus, el conductor me contó de la carretera y luego me preguntó si queríamos tomarla. Como es un sendero bien bonito nos fuimos por allí.
Más de 40 km de un camino destapado, de no más de tres metros de ancho, con precipicios de 300 metros de caída libre conforman esta carretera construída durante la guerra con el Paraguay.

Cuando ibamos por la mitad, el conductor se persigna frente a un precipicio y nos cuenta que su papá murió allí en un accidente de tránsito con otras 6 personas. En ese punto yo estaba lista para abandonar la carretera!

Pero puedo decir, al iguial que la camiseta que llevan los ciclistas al regreso a La Paz, que "YO SOBREVIVI A LA CARRETERA MAS PELIGROSA DEL MUNDO"... y en bus, que no es lo mismo!

Copacabana y la Isla del Sol


En la isla del soooool, la isla del sooool...


Han oído la canción? Bueno, esta es la verdadera isla del sol de la que hablan allí. Es un paraíso en medio del lago titicaca, con paisajes increíbles, legados arquitectónicos indígenas, puestas de sol y amaneceres de película, muchos burros y ovejas y gringos... muchos gringos de rumba!

Llegamos en barco desde Copacabana y nos quedamos dos noches. La primera en el lado sur de la isla, en un hotel local con vista al lago. Desde mi cuarto se veía el amanecer cuando el sol sale detrás de las montañas y se refleja en el lago.

Comimos truchas (es la principal fuente de alimento en el lago. Al final de la experiencia no quería ver una trucha ni en pintura!), y tomamos mucho mate de coca, pues es la única forma de no sentirse mal en la isla con mayor altura sobre el nivel del mar del mundo!

En la tarde fuimos al lado opuesto a ver el atardecer en un restaurante italiano, comimos...trucha! Y nos tomamos una botella de vino que también ayuda contra el mal de altura. Las fotos pueden verlas en Flickr, son hermosas!

Al día siguiente caminamos por 3 horas hasta el lado norte de la isla, menos turístico y más pobre y allí nos quedamos otra noche hasta que a la mañana siguiente salió un barco de regreso a Copacabana. Como no teníamos nada que hacer, alquilamos un bote de pesca local y remamos por el lago. Si, remaMOS, yo también remé y quedé súper molida... tengo fotos para probarlo! Jajaja!

Copacabana es muy turístico y básicamente tiene sitios deliciosos para comer. Por lo demás no es nada especial, aparte de tener botecitos tipo Disneyland, al igual que los de Puno!

domingo, 11 de noviembre de 2007

Puno y las islas flotantes de Totora


Puno es una ciudad fronteriza, cuyo único atractivo es posiblemente el estar ubicada frente al lago Titicaca. En el borde del lago se pueden alquilar botecitos de remos o pedal, con forma de Mickey Mouse e inmensos flamingos rosados al mejor estilo Disneyland!

Llegamos en la mañana temprano, después de 12 horas de viaje desde Cusco en la noche en un bus que se preciaba de ser "bus cama", aunque no creo que sea muy claro el concepto!

Desayunamos y tomamos inmediatamente una bici-taxi al puerto. El tour a las islas costaba 30 soles, pero como no lo tomamos, sino que contratamos el barco por nuestra cuenta, costó 13 soles.

El lago es inmenso y precioso. Todos los letreros de los alrededores son alusivos al "mar" como lo llaman los locales, especialmente del lado Boliviano, pues es el único "mar" que le quedó a Bolivia, después de perder (o más bien dejarse quitar)su pedacito del pacífico por Chile en la Guerra del Pacífico.

En el lago crece la totora, una planta acuática muy resistente, que los locales utilizan para hacer embarcaciones llamadas "caballitos de totora" con los cuales incluso han logrado cruzar el atlántico. Estas embarcaciones, a pesar de ser resistentes, deben ser renovadas cada año, pues el material no es muy duradero.

Además de caballitos, los locales construyen islas. Si, islas flotantes de totora y viven en ellas. Ponen capa sobre capa de totora, las amarran unas a otras y cada dos semanas ponen una capa nueva en la superficie, para reemplazar la que se va pudriendo en la parte de abajo por estar en contacto con el agua.

Sobre estas islas construyen sus casas, también de totora, dejan un espacio en el centro para un cultivo de truchas y viven de la pesca y la fabricación de artesanías que son adquiridas por los turistas que llegan en barcos a conocer este extraño lugar.

Compramos un par de cosas a los locales y luego nos dedicamos a recorrer la isla. He aquí los hallazgos más importantes: Tienen agua caliente y electricidad por sistemas de energía solar. En una de las islas hay un patético y bizarro museo de animales disecados, que cobra 50 centavos la entrada. En otra de las islas hay un teléfono; si un teléfono ahí, no más, parado solitario en medio de una islita de totora, como invitándolo a uno a llamar a la casa ("mamá... a que no adivinas de dónde te estoy llamando...."), pero lastimosamente estaba dañado (si no yo hubiera llamado, obviamente). Los alimentos que necesitan además del pescado los truecan por artesanías o truchas o los adquieren con la plata de las ventas a los turistas.

Además de increíble, el viaje fué muy triste. Los locales tratan de vender sus artesanías en un intento que tiene más de mendicidad que de venta. Con un español mal hablado (Quechua es su idioma materno), un par de palabras en inglés (please, buy y dólar) y una voz trágica de súplica tratan de lograr la conmiseración de los turistas. Me sentí muy incómoda, pues abren sus casas sólo con el fin de obtener unos centavos a cambio...

Finalmente llegamos a una isla, cuyo propietario montó un restaurante turístico y un alojamiento de totora. Allí se sentía uno pagando por un servicio y no conmiserándose de la pobreza local, así que comimos trucha, tomamos mate de coca... y regresamos a Puno para tomar el bus a Copacabana, Bolivia.