lunes, 7 de enero de 2008

La isla de Chiloé


Puede ser que el haber encontrado compatriotas en la ruta me haya alborotado la nostalgia, pero cuando llegué a Quemchi, en Chiloé, me pareció haber llegado al puerto de Buenaventura, con su cielo gris, su aire húmedo y pesado y su incesante lluvia menudita.

El paso en ferry hacia la isla me hizo pensar en aquel viejo ferry que tomé tantas veces con mi papá para cruzar el río Magdalena hacia la isla de Mompox.

Pero luego llegaron los pingüinos. En Colombia no hay pingüinos. Nunca había visto pingüinos, excepto en acuarios y zoológicos. Y ahí estaban, en Chiloé cientos de pingüinos magallánicos y ... solo para mi!

Me hospedé en casa de Oscar de couchsurfing... ya ven, hasta en Chiloé hay couchsufers! Él y su polola (novia en chileno) Cecilia son un amor! La ciudad donde vive Oscar se llama Quemchi y es un puerto pequeño cerca a Ancud, que es una ciudad más grande. Con Oscar y Cecilia comimos, hablamos, escuchamos música colombiana, sobretodo cumbia que no se parece en nada a lo que llaman cumbia en Chile.

Además me hicieron una introducción a los chilensmos que tendría que aprender para el resto del viaje. Pololo (novio), pelar (hablar mal de los demás, que es el deporte nacional chileno), al tiro (inmediatamente)... en fin, todo un nuevo diccionario que debía reemplazar los argentinismos ya aprendidos!

La capital de Chiloé se llama Castro y tiene la iglesia en madera más grande del mundo. Acostúmbrense! En Chile todo es lo más...algo...del mundo.

Chiloé está lleno de casitas de colores vivos construídas sobre pilotes para protegerlas de la humedad. La gente tiene más influencia en su fisionomía de los indígenas Mapuche, que eran los chilenos originales. es posiblement el lugar más pintoresco que he visitado hasta ahora.

Recorrí esta isla con Jonathan, que seguía acompañándome en el viaje, haciendo su terapia de vivir a mi ritmo... aunque creo que casi lo enloquezco!

Conocimos a Paul, un francés que trabaja 8 meses al año en Francia para luego venirse 4 a Chiloé y que está construyendo una casa con las ventanas al revés frente al océano pacífico...

Y a Cristian, que es de Concepción, pero trabaja en Chiloé y es pescador. Es todo un personaje sacado de un cuento y me puso en contácto con su familia en Concepción, dónde luego me alojé.

Jonathan siguió de regreso a la Argentina y yo me fuí a Frutillar... una aldeita alemana en el sur de Chile!

domingo, 6 de enero de 2008

No llores por mi Argentina...


Y como vine... tuve que irme.

Mi tiempo se agota y aunque hubiera querido extenderlo indefinidamente y escudriñar cada lugar recóndito de este continente, hay un trabajo de doctorado que me espera y para eso muchos preparativos.

Así que me monté en un bus de nuevo... con destino Puerto Montt, Chile y luego la isla de Chiloé, último desvío sureño antes de empezar a regresar hacia el norte.

Mientras hacía el cruce de lagos hacia la frontera chilena, en mi iPod, que tocaba canciones al azar, sonó "no llores por mí Argentina..." lloré un poquito en silencio, pues a pesar de que aún me falta todo un país por ver, ya siento que se acerca el final de mi aventura.

En la terminal de Bariloche fui a comprar agua y frente a mi escuche un acento conocido. instintivamente me di la vuelta y le pregunté al chico de donde era... "Medellín", contestó. Estaba con otros dos paisas (dícese de los ciudadanos de Medellín) y nos fuimos hablando en el bus. Eso acrecentó mi nostalgia.

Sin embargo, al final de la conversación mi naturaleza me domina. Le pregunto que hace en Medellín y me contesta que maneja un camión. Instintivamente le pregunto si no tiene viaje hacia la costa colombiana hacia fines de enero... podría llevarme hasta allá... se ríe y me anota su teléfono. Puedo llamarlo cuando regrese y me cuenta hacia donde viaja. No puedo evitarlo.
Me alegro de volver a casa, pero la carreteras, los caminos y las personas las tengo en la sangre y ahora más arraigadas que nunca.

Este viaje, además de cambiarme, me ha dado muchas más cosas. Ahora creo que no es necesario nada material para ser dueño de uno mismo. Las carencias materiales solo son pobreza si tu actitud mental lo permite. Para algunos, las carencias materiales son libertad.

Perdí el miedo a vivir. Ahora sé que puedo decidir que quiero hacer y nunca me sentiré esclava de lo que hago. Ahora sé que siempre tengo la opción de tirar todo al carajo e irme a recorrer el mundo pues lo único que se necesita son ganas.

Y si un día tengo suficientes compromisos y responsabilidades como para no poder hacerlo, este viaje siempre estará en mi memoria, como un libro que puede releerse cada vez que uno quiera, para darse fuerza.

Los personajes de esta aventura son mis personajes y mientras miro el paisaje argentino por la ventana y le digo adiós por ahora, los hago desfilar en mi mente con sus historias, a voluntad.

Son mis personajes. Son mis historias. Es mi viaje. Ahora todo puede pasar, pero como dice mi mamá, ya no importa: "Nadie te quita lo bailaó"

En este momento del viaje el presupuesto es reducido y sin embargo se mantiene dentro de mis límites. Llevo ahora 18 semanas de viaje y he gastado exactamente 1800 dólares incluyendo todo (transporte, comida, alojamiento, actividades extra) y sin limitarme en nada, como habrán notado.

Chile es mas caro, pero no quiero dejar de verlo. También es más seguro, así que siempre me queda el recurso del dedo. Eso siempre funciona... Así que si estás leyendo este blog, tienes un auto, vas recorriendo Chile de sur a norte y ves en la carretera una niña sola que te hace señas... para! Puedo ser yo, tratando de llegar a Lima, desde donde mi papá que se apiadó de mis casi 6.000 km de regreso me consiguió un pasaje aéreo con millas de Avianca.

Hago pues mi última parada sureña antes de girar definitivamente hacia el norte. La isla de Chiloé me espera con sus pingüinos y sus casitas de colores. Luego, un último país por descubrir y la inevitable despedida de los caminos, por ahora.

Pero no importa. El mundo me pertenece y siempre puedo volver a hacerlo en mi vida o en mis recuerdos. El resto no importa.

Me quedan pues 200 dólares para dos semanas en el país mas caro de América Latina. Antes hubiera creído que es una locura, pero a estas alturas si me falta plata, me sobra confianza, así que sin pensarlo mucho me lanzo de nuevo a la aventura.